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La envidia como virtud.

Sofía llegó al encuentro y sin percatarse envolvió sus palabras con un aire triunfal. “Me parece tan triste ver en lo que se ha transformado la vida de mi hermana, literalmente se ha convertido en la sombra de su esposo. No trabaja y no hace nada de su vida, todo el día está con sus hijos, obsesionada con educarlos y francamente no sé si le funcionan sus estrategias. Pero además, ¡yo no podría ser una mantenida, de verdad, no sé cómo lo tolera! Pobre, no me puedo ni imaginar lo vacía que debe sentirse. ¿No estará deprimida?”.


Sofía a sus 39 años había logrado convertirse en socia del despacho de abogados para el cual trabaja desde hace años. Es una mujer exitosa, atractiva y muy inteligente, sin embargo, llegar a donde había llegado también le trajo un sinfín de sacrificios que sin pensarlo demasiado estuvo dispuesta a hacer, entre ellos, posponer su vida amorosa. Aunque, a decir verdad, hace tiempo que estaba lista y deseosa de involucrarse sentimentalmente con alguien. “¿¡Qué pasa con los hombres!? Después de un par de meses de salir con Jorge, le propuse que nos fuéramos de viaje, yo sé que su economía no está muy bien, así que le dije que no se preocupara, que los gastos corrían por mí cuenta. Bastó decir eso para que entonces explotara como nunca antes lo había hecho, ¡de dominante y controladora no me bajó!”.


Desde niña, Sofía sintió que se le había privado del signo de status que conlleva ser varón. Su padre, un hombre de «gran plumaje», que no reparaba en mostrarlo, siempre privilegió a su hijo varón por encima de ella y de su hermana. “Mi papá era uno de esos machos que pensaba que pagar por la educación de los hombres era una inversión, en cambio, la de las mujeres era un lujo. Nunca creyó que apostarle a mi futuro podía ser una buena idea. Hoy que me he convertido en su imagen y semejanza, sé que lo he sorprendido”.


Sofía se debatía entre la admiración a su padre y la envidia a su hermano, admiraba todo ese poderío, pero por el otro lado lo envidiaba, porque sentía que al ser mujer jamás podría ejercerlo. Ver la estampa social que tienen su hermano y su papá, por haber nacido hombres, era igual a entrar a una pastelería y simplemente ver cómo otros se comían el pastel que ella no podía probar. Esto quiere decir que existen contextos que favorecen que la envidia brote con mayor facilidad, y este, era uno de ellos.


 

Complementa la lectura con la reflexión final de la Dra. Ruiz de Otero, en video.

 

La envidia es una de las primeras emociones que cualquier ser humano experimenta, por lo tanto, resulta muy fácil reconocerla en nosotros. Sin embargo, debido a su connotación cultural, también es uno de los sentimientos más negados por las personas, porque aceptar la envidia genera culpa.


Ahora bien, el matiz que existe entre la envidia y los celos, bien vale la pena mencionarlo, ya que suelen confundirse con mucha frecuencia. La envidia, como todas las emociones, está compuesta por una noción de escala; la parte menos patológica de la envidia es desear lo que el otro posee, pero además sentir coraje porque el otro sí lo tiene y uno no. Un segundo nivel, aún más intenso, es cuando además de ello, desearíamos que el otro tampoco lo tuviera. La diferencia con los celos radica en que para que exista este sentimiento necesita haber un rival de amores. Esto quiere decir, que los celos son el deseo por tener a alguien o por no perderlo, pero hay un tercero que amenaza esta posibilidad, por lo tanto, nuestra energía está puesta en rivalizar o excluir al elemento intrusivo. Esto se simplifica en la siguiente idea: la envidia se compone de dos partes: tú y yo; mientras que en los celos intervienen tres elementos: tú, yo y el otro.


Para Sofía, lo que en un principio fue la envidia por la hombría de su hermano, después se convirtió en la envidia por la maternidad de su hermana. Así funciona esta emoción, el que envidia, pronto aprende a hacerlo con todo y con todos. Sin embargo, cuando entendemos nuestra envidia se convierte en una virtud; si no fuera por ella quedaríamos ignorantes de nuestras insatisfacciones y desvalorizaciones, sin oportunidad de hacer algo al respecto. La envidia, además, se convierte en el termómetro que nos alerta de nuestras propias idealizaciones, entre más idealizamos mayor es la envidia, en cambio, cuando aprendemos a transformar la idealización en identificación -tú y yo somos iguales-, la envidia se convierte en admiración.


La experiencia de Sofía permitió que el grupo se diera permiso de reconocer sus envidias, y conforme el grupo se miró, descubrió que no tenía lógica sentir envidia por alguien, cuando todos, de una u otra manera, hemos enfrentado la adversidad de la vida:

“Ahora entiendo por qué mi hija se sentía tan molesta últimamente con mi forma de actuar. Por alguna extraña razón decidí mandarle un brujo para que le hiciera una limpia, incluso le regalé varios amuletos para el «mal de ojo», una semilla llamada ojo de venado y un listón rojo; ella ya no aguantaba que yo siguiera con estos «regalitos», y a mí me parecía que era una mal agradecida. Hoy veo que en mi sobreprotección había algo que ella sentía agresivo. ¿¡Y cómo no!? Acepto que en el fondo me ha resultado incómodo ver todo el potencial que ella tiene por delante, sin hablar de todas las oportunidades económicas que ha recibido y yo no. ¡Está más claro que el agua que de la única envidia que la quería proteger era de la mía! Verlo me libera, me hace querer estar más cerca de ella, pero además, me hace transformar esto que siento en una profunda admiración”.
“Hoy veo cómo la lástima que me produce mi mamá en realidad esconde una enorme agresión que, aunque me cueste trabajo aceptarlo, más bien se llama envidia. Verla con tantas actividades, llena de compromisos y viajes, pero además, rodeada de gente más joven que ella me hacían criticarla pensando en su gran dificultad para envejecer con dignidad, incluso me daba vergüenza. Pero la verdad, es que me da mucho coraje ver que por pasarla tan bien ya casi no nos vemos. Sin embargo, ella es feliz así, y yo no puedo negar que su vida se me antoja muchísimo. Ver lo que ella tiene y yo no, no me va a dejar nada bueno. Es necesario que transforme esta envidia en inspiración, sin duda, es un parámetro a seguir para mí”.
“Haber echado a perder la presentación de mi jefe me ha pesado mucho, pero con todo lo que escucho hoy, necesito aceptar algo que no había querido ver: la envidia que le tengo. Me tomó por sorpresa que lo hayan promovido a él y no a mí. Sin embargo, me doy cuenta que necesito observar esta emoción, de otra manera seguiré «echando a perder» lo que sea, con tal de afectar su imagen. Ya llegará mi momento, pero mientras tanto, vale la pena que me abra a aprender todo lo que pueda de él”.


El espejo de la técnica grupal

Uno de los elementos más reparadores dentro del grupo es cuando los participantes hablan de sus emociones negativas. La envidia, es uno de esos sentimientos que suele activarse al inicio del proceso, eventos como: imaginarse quién será el favorito del conductor o de los demás participantes, repartirse el tiempo de sesión, el contenido de sus vidas, entre muchas otras cosas, puede intensificar este estado. Conforme los participantes se van conociendo, la cortina de humo que los separaba, se convierte en el lazo que los une. Lejos de envidarse, se comprometen unos con otros, porque los avances de uno se convierten en la ganancia del grupo.


Todos podemos vernos reflejados en estos espejos…

Espero que la experiencia de Sofía te permita reflexionar sobre lo siguiente: si descubres que constantemente te sientes envidiado por los demás, tal vez sea momento para revisar tus propias envidias. ¿De cuántos vínculos te estarás perdiendo por mirar con coraje lo que otros han logrado? Trascender la envidia es tener el privilegio de encontrar una fuente de inspiración que nos motive a ser mejores personas.


Complementa la lectura con esta reflexión en video.



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¿La envidia y un autoconcepto devaluado podrían estar vinculados?, ¿cómo orientar una sana competitividad sin caer en la envidia?, ¿por qué la sensación de falta de control sobre la vida es un propulsor de la envidia?


Referencias Bibliográficas

  1. Ruiz, A. (2017). Curso II, Huella de Abandono. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-ii-huella-de-abandono/

  2. Ruiz A. (2017). Curso V, Vocaciones de vida: soltería, pareja, familia. Instituto de Semiología S.C. https://semiologia.net/curso-v-vocaciones-de-vida/

  3. Klein, M. (1988). Envidia y gratitud y otros trabajos. Obras completas. Volumen 3. Barcelona: Paidós.

Texto: Natalia Ruiz / Ilustración: Diego Zayas

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