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Perdones incongruentes.

Aquel que no comprende, no perdona; y aquel que no se comprende, no se perdona”. –Dr. Alfonso Ruiz Soto.

Alexa llegó al grupo con ganas de hablar, sin embargo, desplazó sobre algo insignificante lo que verdaderamente la aquejaba: “Necesito ponerle límites a mi hijo con más fuerza, no me parece que a sus 17 años deje de cumplir sus acuerdos conmigo. Ayer prometió llegar a las nueve de la noche y se apareció una hora más tarde. No sé si me agarró de malas por la discusión que tuve con su papá un poco antes, pero sentí que lo mejor era castigarlo”.


A pesar de su resistencia para hablar de lo importante, Alexa entre líneas nos hizo ver lo que realmente la atormentaba.


Es común que al comienzo de una sesión, el grupo utilice los primeros minutos para hablar de temas que encubren la verdadera problemática. Incluso, hay participantes que dejan ver que han estado pensando mucho en lo que les gustaría venir a comunicar al encuentro. Es decir, sin darse cuenta ensayan la defensa que les permita mantener al grupo atrás de la raya. Era evidente que el discurso de Alexa era todo, menos espontáneo.

 

Complementa la lectura con la reflexión final de la Dra. Ruiz de Otero, en audio o video.

 

El grupo se alió por minutos a su resistencia, así que optaron por indagar un poco más sobre el altercado que había tenido con su hijo. Después de ese breve “calentamiento”, por fin decidieron que era momento de poner manos a la obra.


Alexa ¿por qué no nos platicas de la discusión que tuviste con tu esposo esa misma noche?


Como si la pregunta la hubiera tomado por sorpresa, hizo una pausa y finalmente contactó con lo que la perturbaba hace tiempo:


“No termino de confiar en él. Sé que prometí que volvería a hacerlo, pero lo que siento, es más fuerte que mi voluntad”.


Hace un año que el esposo de Alexa le había sido infiel con una compañera de trabajo. El evento desembocó en una fuerte crisis de pareja. Pero él, arrepentido de sus acciones buscó por todos los medios que ella lo perdonara. Después de un tiempo, Alexa decidió darle otra oportunidad, así que él regresó a casa con la firme esperanza de rescatar lo perdido.


Sin embargo, Alexa no lograba reponerse del ataque. A pesar de su deseo de continuar con él, no había logrado extirpar del todo el aguijón que seguía lastimándola.


“Ayer me dijo que comería con unos clientes del trabajo, así que no pude evitar preguntarle nombres, lugar, hora del encuentro, todo lo que pasó por mi mente. Llegó a ser tanta mi insistencia que lo desesperé, al grado de que me dijo que no podíamos seguir viviendo así. Ahora resulta que las cosas han tomado un rumbo distinto y que el ofendido es él”.


Para Alexa, la traición de su esposo, había resultado un golpe devastador. Una parte suya deseaba dejar atrás lo sucedido, pero había otra parte oculta que operaba sin que pudiera evitarlo.


Perdonar, implica, entre otras cosas, darle al otro la oportunidad de reparar sus errores. Pero además de ello, entraña hacer una resignificación del evento.


Todos hemos construido, a partir de nuestras historias, un mundo interno desde el cual vemos la vida y le vamos dando un significado singular. De ahí que sea tan difícil que los seres humanos podamos comprendernos con naturalidad, ya que cada uno de nosotros ve las cosas según lo que nos ha tocado vivir.


Alexa fue la hija predilecta de su madre. Siempre le reconoció ser una niña buena y una gran estudiante. Destacaba por encima de sus hermanas porque era obediente y respetuosa. Cuando en su vida adulta se enfrentaba a alguna dificultad, le era difícil reponerse. Sobre todo al juicio con el que se fustigaba a sí misma por haber fallado. 


Al comprender el cristal a través del que Alexa veía la vida, ella pudo reconocer que lo que verdaderamente le había dolido de la traición de su marido, era haber dejado expuesta su imagen de “perfección” frente a los demás:


“Sueño que mi madre revisa mi boleta de calificaciones y aparecen puros ceros. Ella me mira con decepción mientras yo intento borrar esos números y poner otros que me hagan transformar su expresión. En el momento que logro cambiar los números, mi mamá me mira con lástima y me da una taza de café”.


El grupo colaboró con Alexa para comprender lo que había en su sueño:


Para Alexa la opinión que los demás tenían de ella era prioritaria. Pero además pudo ver que en el sueño jugaba un doble personaje. Por un lado aparecía ella angustiada por haber reprobado como mujer o como esposa, pero por el otro lado, también era ella en el papel de su madre, quien se miraba a sí misma con decepción. En su desesperación intentaba borrar los errores del pasado y transformarlos en algo que le hicieran aceptarse de vuelta.


¿Y la taza de café?


“Cuando mis hermanas sufrían o llegaban a casa con algún problema mi mamá solía prepararles una taza de café. Aunque no era una mujer muy cariñosa, siempre me pareció un gesto amoroso. Ahora que lo veo puedo darme cuenta cómo por un lado he intentado ser compasiva conmigo misma, pero por el otro lado, existe el coraje, porque yo no quiero ser como mis hermanas: débiles e imperfectas”.


Cuando los participantes generan asociaciones en relación a su pasado, una opción es detenernos a explorar su historia. Sin embargo, el riesgo que corremos es que pronto comiencen a racionalizar sus intervenciones. Por lo tanto, resulta mucho más efectivo dirigir sus emociones al “aquí y el ahora” buscando alguna situación análoga al pasado que les haga comprender lo que les está ocurriendo en su presente.


Durante sus intervenciones, alguien se acercó para darle un pañuelo. Como ya solo quedaba uno en la caja, hubo también quien sacó de su bolsa los suyos para compartirlos con ella. De lo que estaba ocurriendo en ese momento en el grupo, fue que pudimos explorar su mundo interno, al indagar qué le provocaba esta acción de sus compañeros:


“Me confunde; por un lado, les agradezco los pañuelos, pero por el otro lado, siento vergüenza, ¿así de mal me ven?”.


El grupo pudo aclarar sus verdaderas intenciones. Le hicieron saber que eran todo lo contrario, les parecía muy alentador ver que también ella se permitía hablar de su dolor. Que estaba siendo sincera y cercana con su problemática.


Esta intervención resultó mucho más útil para ella que intentar suponer lo que sinceramente buscaba su madre al ofrecerles una taza de café a sus hermanas. El que Alexa pudiera hablar de lo que para ella representaba en el aquí y en el ahora recibir el cariño del otro, le dejó un aprendizaje mucho más significativo que mirar hacia atrás. Porque además, este tipo de confesiones grupales son las que suelen ser recordadas por sus miembros, vigoriza sus vínculos y les permite ir profundizando en su trabajo interno.


En el momento en que Alexa sintió la cercanía del grupo, se animó a hacer la pregunta que tanto la confundía:


”Sé que me empeño en ser perfecta, pero no puedo evitarlo. Eso me hace señalar con vehemencia los errores de los otros y cobrárselos con fuerza, jamás me permitiría ser yo quien se equivoque de esa manera. Pero si lo sé, ¿por qué no puedo dejar de culparlos?


Las actitudes de “sí, pero no”, son conductas que nos acompañan a lo largo de nuestra vida haciéndonos actuar de una forma totalmente incongruente. Existe una parte de nosotros que cree estar convencido de algo: “sí voy a cambiar” (pero sigo actuando de la misma manera), “sí te amo” (pero te agredo pasivamente) “sí te perdono” (pero cualquier ocasión es perfecta para cobrarme tus errores). Entonces, ¿cuál es la recompensa que obtenemos con estas actitudes? 


Perdonar a medias a veces nos conviene porque deja en el medio una culpa que se prolonga en el otro. Esa agonía nos ayuda a empoderarnos falsamente sobre los demás. Sin embargo, el precio que pagamos a cambio de ese poder, es la autodestrucción a través del rencor. 


Que el grupo pudiera darse cuenta de cómo Alexa se encontraba atrapada en esta conducta tan desgastante, fue lo que les permitió voltear a ver sus propias incongruencias y hablar de sus epifanías:

“He preferido ocultarle a mi exmarido que ya he podido tener una nueva relación. Siempre pensé que si se enteraba, sus celos lo harían retirarme toda la ayuda económica que recibo de él, cuando en el fondo, lo más probable es que yo ya no le importe y saber eso me dolería mucho. Hoy me doy cuenta que en realidad lo que he buscado es alimentar su culpa por haberme dejado. Hacerle saber que he podido rehacer mi vida significa aliviarlo y por lo tanto me dejaría de sentir empoderada sobre él. Sin duda he jugado el juego de ‘sí te perdono, pero sufre entre mis manos’ y el precio que estoy pagando es muy alto. He pospuesto reconstruir mi proyecto de vida con absoluta libertad con tal de seguirlo haciendo sentir culpable”.
“Mi pareja cada vez es más violento. Primero fueron gritos, después empujones y la última vez me golpeó. Juré alejarme de él, sin embargo fue tanto su arrepentimiento, sus ganas de cambiar que lo perdoné. Sin embargo me doy cuenta de mi coparticipación en esta dinámica tan turbia. Sé que lo agredo pasivamente, me reclama el ser coqueta con otros hombres y yo siempre lo he negado. Hoy veo que sí ¡aquí lo he descubierto con ustedes! Sin darme cuenta lo llevo a límite de sus celos porque sé que él será el primero en perder el control y entonces será él quien se sienta culpable. Esta actitud de ‘sí te perdono, pero púdrete en tu culpa’ es un juego de lo más perverso, del cual agradezco que me hicieran consciente”.
“Cuando lo conocí, estaba convencida de que yo no quería ser mamá. Sobre todo, porque él ya tenía hijos y no buscaba tener más. Hoy me di cuenta que en realidad quise convencerme a mí misma de renunciar a la maternidad con tal de no perderlo. Actué el “sí, pero no” y hoy vivo las consecuencias del miedo que tuve a ser rechazada por él. Le cobro esta decisión al hacerle la vida cansada y sobre todo, me he desquitado con sus hijos que nada tienen que ver. Creo que es momento de asumir con madurez que así lo decidí y, hoy a mis 46 años, lo mejor que puedo hacer es intentar reparar el presente sin recriminarle a nadie lo que en su momento asumí”.

El espejo de la técnica grupal

El grupo nos enfrenta con nuestras propias confusiones e incongruencias y las hace evidentes. Pero a la vez, ofrece lo espejos necesarios para descubrir que contamos con las herramientas adecuadas para aceptar lo que genuinamente sentimos.


Todos podemos vernos reflejados en estos espejos…

Estas actitudes de “sí, pero no”, se convierten en los juegos tóxicos que todos jugamos sin tener demasiada conciencia de ello. Estos juegos se prolongan porque existen recompensas de la cuales es difícil desprenderse. Sin embargo, cuando vemos que esas recompensas nos han hecho vivir en un mar de incongruencias, es que podemos ver que en nuestro afán por cobrarle al otro nuestro sufrimiento, lo que verdaderamente provocamos es la imposibilidad de extirpar el aguijón que por tanto tiempo nos ha lastimado. Sin darnos cuenta optamos por preservar una falsa zona de confort, porque es más fácil cobrarle al otro nuestro sufrimiento, que asumir con madurez que en su momento decidimos algo. Pero al tomar una decisión que no se asume, nos volcamos contra nosotros mismos haciéndonos más daño del que cualquiera podría hacernos. Hoy estás a tiempo de decidir mantener una relación lógica contigo mismo, al vivir los beneficios de practicar la congruencia entre lo que se piensa, se siente y lo que se hace: seamos honestos con nosotros mismos.


Complementa la lectura con esta reflexión en audio o video.


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¿Cómo se relacionan el perdón y la culpa? ¿Perdonar, implica olvidar? ¿Es el perdón un acto que beneficia al otro, a mi mismo o a ambos?


Referencias Bibliográficas

  1. Ruiz, A. (2017). Curso I, El Conocimiento de Uno Mismo. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-ii-huella-de-abandono/

  2. Ruiz, A. (2017). Curso II, Huella de Abandono. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-ii-huella-de-abandono/

Texto: Natalia Ruiz

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