Durante los encuentros suelen haber comentarios provocadores. Sergio, un hombre que constantemente buscaba llamar la atención del grupo, en esta ocasión quería pelear. Llegó a la sesión como habitualmente lo hacía: acompañado de un café, mismo que en muchas ocasiones derramaba accidentalmente en la alfombra de la sala. Cuando eso sucedía fingía no darse cuenta y tampoco hacía nada por reparar la acción. Esta vez, no fue la excepción.
Habiendo transcurrido los primeros minutos de la reunión, Sergio le dijo a Julio que sus intervenciones no eran coherentes, así que mejor, debería de hacer un esfuerzo por llegar a tiempo para evitar salirse del tema. Después, se inclinó hacia delante para reprocharle a María que lo que había dicho la sesión pasada, respecto al enojo y la depresión, le parecía un disparate. El grupo parecía no incomodarse, a primera vista pudieron advertir que lo que buscaba Sergio, como muchas otras veces, era reñir. Literalmente derramaba su agresión durante los encuentros, tal vez, para Sergio, provocar al otro era la forma en la que aprendió a participar en su familia. Pero esta reflexión apuntaba a una verdad aún más profunda, ¿qué sería aquello que Sergio necesitaba ocultar detrás de su ira, abierta y por momentos encubierta?
A veces, agredir es una manera de evitar que el otro lo haga primero. Es una forma de controlar nuestra distancia frente a los demás. Sergio, sin darse cuenta, se esmeraba en provocar la rabia del grupo, porque así era la forma en la que aprendió a ser tomado en cuenta por sus padres: haciéndolos enfurecer.
Sin embargo, hay ocasiones en que el enojo, el silencio, la soberbia, entre muchas otras actitudes, esconden una enorme tristeza, la tristeza del vacío y la desolación.
Sergio pudo ver que el tamaño de la mancha de café en la alfombra hablaba de qué tan grande o pequeña era su necesidad de apartarse de mí, ya que en este espacio, yo le representaba una figura de autoridad. Pero además, simbolizaba la tristeza que le provocaba darse cuenta de que la herida de sentirse ignorado por sus padres, no iba a desaparecer. Cada vez que agredía, intentaba destruir esa emoción melancólica que se había vuelto muy poco tolerable para él.
Para muchas personas desplazar su agresión sobre las pertenencias del terapeuta o sobre las de alguien más, es menos amenazante que tener que hacerlo de forma frontal, es la manera en la que se protegen de hablar de su tristeza. Es decir, tirar el café accidentalmente nos puede ocurrir a cualquiera, pero tirarlo, manchar algo y no hacer nada al respecto cuando el daño es evidente, puede apuntar a una agresión pasiva.
Fue así que Sergio logró contactar con su mundo interno: “Siempre me sentí ignorado por mis padres. Hoy puedo ver que incitando su ira esperaba que me voltearan a ver; también descubro que el resentimiento que les he guardado durante tanto tiempo, se lo he querido cobrar a todos los que me rodean”.
El grupo también pudo ver cómo para ellos era más fácil fingir que no veían esta conducta en Sergio. Es decir, si el grupo hacía notar las manchas de café que Sergio dejaba, entonces se exponían a la posibilidad de que también a ellos les reflejaran sus imperfecciones. Por momentos, el grupo se alía estratégicamente sin darse cuenta, eludiendo ser delatados frente a su propia conflictiva. En el grupo esta conducta suele responder al dicho popular de: “hoy por ti, mañana por mí”.
Lo ocurrido con Sergio permitió que el síntoma se diluyera entre los presentes, llevándolos a hablar de cómo todos en algún momento de la vida vamos derramando conductas que además dejan marcas que fingimos no ver, y peor aún, que ni siquiera intentamos reparar.
La experiencia de Sergio se convirtió en la necesidad del grupo por hablar de su vacío en lugar de actuarlo, generando en los participantes epifanías como las siguientes:
“Ahora que me lo hacen ver, me doy cuenta de cómo he preferido derramar mi silencio antes que decirle a mi esposo lo enojada que me siento con él, y son esas manchas de mi incapacidad para hablar las que cada vez nos separan más”.
“Según yo, mi nuera me era indiferente, pero ahora entiendo porque se ha alejado tanto de mí; cada vez que me deja a sus hijos, olvido alguna instrucción que me da. Creo que necesito hablar de la agresión que sin darme cuenta he derramado con ella, por no querer ver lo que en realidad me provoca”.
“Me doy cuenta de que la intolerancia que derramo en el grupo es la misma intolerancia que derramo con cualquiera, prefiero agredirlos antes de que me descubran vulnerable”.
El espejo de la técnica grupal
La agresión pasiva es una actuación que aparece como consecuencia de no haber podido expresar de forma espontánea el enojo o la frustración frente a alguna situación de adversidad. Suele estar relacionada a un proceso pendiente con alguna figura de autoridad. La agresión, ya sea pasiva o activa, generalmente intenta ocultar una enorme tristeza (Murphy & Hoff, 2005).
La meta común a trabajar dentro del grupo es lograr que los participantes verbalicen sus emociones evitando caer en actuaciones. Sin embargo, en los primeros encuentros, es esperado que el grupo busque defenderse de contactar con su mundo interno a través de diferentes comportamientos, como pueden ser: intentar convertir las sesiones en un espacio aparentemente legítimo, para hacer amigos, hablar de la teoría, contar chistes o incluso convertirlo en el lugar ideal para tomar “café y galletas”; es decir, cualquier actividad que los distraiga de ellos mismos. Naturalmente, a medida que los participantes empiezan a experimentar, por identificación con los demás, la necesidad de abrirse y contactar con sus emociones, las defensas empiezan a ceder. Cuando el grupo puede hablar de lo que está ocurriendo y de lo que están sintiendo: habemus grupo.
Todos podemos vernos reflejados en estos espejos…
Lo sucedido en esta sesión nos permite comprender que no somos ajenos a la realidad de nadie. Todos los seres humanos derramamos actuaciones al ignorar los estados de ánimo que nos gobiernan. Muchas de nuestras conductas se convierten en síntomas que pueden alertarnos de que algo no está bien con nosotros mismos. Los olvidos, la pasividad, el silencio, la falta de compromiso, entre muchas otras conductas, pudieran ser actuaciones de aquellas emociones de enojo o frustración que no hemos logrado metabolizar adecuadamente, provocándonos una enorme tristeza que ni siquiera logramos advertir. Tal vez estos espejos orquestados por Sergio, te permitan reflexionar sobre cómo, secretamente, has intentado ocultar tu desolación detrás de conductas disfuncionales.
Complementa la lectura con esta reflexión en audio o video.https://semiologia.net/wp-content/uploads/Blog-2-Tristesa-Agresion-MP3-Archivo-MP3-Sonido-Archivo-MP3-Sonido.mp3
Comparte tu opinión
La agresión, además de ocultar la tristeza ¿qué otras funciones crees que tiene para el ser humano? ¿Consideras que una persona puede llegar a ser violenta sin necesariamente haber sufrido violencia en su vida? ¿De qué manera crees que la frustración y la agresión pudieran estar relacionadas?
Referencias Bibliográficas
Murphy, T., & Hoff, L. (2005). Overcoming Passive-Agression. Cambridge: Life Long.
Vives, J. (2013). La Muerte y su Pulsión. México: Paidós.
Texto: Natalia Ruiz / Ilustración: Diego Zayas
Comments