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Autosabotaje… la paradoja de tener lo bueno y destruirlo.

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Habían transcurrido doce minutos del inicio de la sesión cuando el último participante entró a la sala. Alma llegó al grupo exigiendo absoluta atención ante lo que estaba a punto de compartir: -¡Quiero el divorcio!, dijo con gran desesperación. Ya no toleraba seguir viviendo a lado de un hombre que se había convertido en lo que a su juicio llamaba, un “fantasma”.


Alma siempre tuvo dificultades para involucrarse afectivamente con alguna pareja, cuando finalmente lo consiguió, se sentía decepcionada. Su esposo, un abogado exitoso, en poco tiempo logró dirigir el área jurídica de la compañía para la que trabajaba. Si bien su posición le daba la oportunidad de que él y su familia tuvieran muchos privilegios, del mismo modo vivía las consecuencias de haber tenido que asumir un sinfín de responsabilidades. Con frecuencia, el éxito también conlleva pérdidas que nos toman por sorpresa. El tiempo que podía dedicarle a Alma y a sus dos hijas era poco, sus viajes y compromisos de negocios lo mantenían abrumado, pero a pesar de ello, el fin de semana procuraba estar en casa para compensar sus ausencias. Esto a Alma parecía no satisfacerle, incluso daba la impresión de que estaba dispuesta a destruir lo que por tanto tiempo deseó: un buen vínculo.


El grupo en ese momento la confrontó; consideraron arrebatado el enojo de Alma, sobre todo, porque en sesiones anteriores les había parecido que él, aunque un hombre ocupado, era una buena persona, padre responsable que se hacía presente con detalles y que además la apoyaba en todos sus proyectos. Ella daba la impresión de disfrutar los placeres que este “fantasma” le daba, sin embargo, Alma estaba a punto de convertir el triunfo de su vida, en un gran fracaso. Esto llevó a una reflexión aún más profunda al grupo: ¿por qué cuando por fin se nos presenta lo bueno, no lo queremos e incluso, lo saboteamos?


 

Complementa la lectura con la reflexión final de la Dra. Ruiz de Otero, en audio o video.

 

La vida nos ofrece muchas posibilidades para probar el buen alimento. Sin embargo, hay que saber identificarlo. Pero cuando en la infancia no lo tuvimos, nos es muy difícil reconocerlo. Sin darnos cuenta nos volvemos expertos en rechazar nuestro propio bienestar, porque constantemente buscamos lo que nos resulta conocido. En otras palabras, si lo que recibimos de nuestros padres o quienes nos cuidaron fue rechazo, abandono, distancia, o cualquier otra experiencia que nos haya marcado, esa será la experiencia que, de manera involuntaria, buscaremos repetir en la vida. Pero cuando se nos presenta la posibilidad de probar algo diferente: la sensación de sentirnos mirados y tomados en cuenta nos confronta, porque aceptar lo bueno es aceptar que en el pasado no lo tuvimos.


Fue así que Alma logró volcar la mirada sobre sí misma y descubrir lo siguiente: “Me doy cuenta de que mis padres no tuvieron una buena relación, mi padre con sus infidelidades y maltratos destruyó a la familia, pero no solo eso, lastimó mucho a mi madre. El simple hecho de pensar que a mí me pudiera ir bien en mi matrimonio, me hace sentir como si le estuviera dando un golpe bajo a mi madre”.


Alma también pudo descubrir cómo constantemente intentaba sabotear el encuadre de trabajo sobre el cual edificamos los principios del buen vínculo grupal. Uno de los acuerdos que establecemos en las primeras sesiones de trabajo es el de preservar nuestros lazos exclusivamente dentro de este contexto. De otra forma, el grupo pierde, porque empieza a haber información fuera de este espacio que no todos conocemos, y por lo tanto se entretejen secretos que dificultan la experiencia. Sin embargo, a pesar de mi insistencia en ello, Alma buscaba la manera de ignorar este convenio. Al terminar las sesiones, ya en el pasillo, se acercaba a alguno de sus compañeros para invitarlo a tomar café y continuar la charla, pero además, procuraba hacerlo discretamente. Es como si a través de esta acción repitiera simbólicamente las infidelidades del padre, y asimismo se encargaba de destruir lo que era bueno para ella y para el grupo, la sedimentación de un buen vínculo terapéutico.


Para Alma la oportunidad de tener una buena relación, representaba serle desleal a su madre, por lo tanto, buscaba de todas formas sabotearse.


Una de las razones del autosabotaje responde al pensamiento prohibitivo de llegar más allá de los padres y sobre todo, cuando se percibe la sensación de rabia o envidia de alguno de ellos, de tal forma, que experimentar el éxito sería tanto como traicionarlos.


La cámara del espejo grupal permitió que la experiencia de Alma se reflejara en todos los demás, propiciando epifanías como las siguientes:

“Reconozco que tal vez no he sabido apreciar los cuidados de mi suegra. Cada vez que lo hace rechazo su ayuda, no tolero tanto cariño, ahora me doy cuenta de que aceptar lo que me da, sería tanto como aceptar que mi madre nunca pudo dármelo porque seguramente tampoco lo tuvo, por eso lo saboteo, para evitar enfrentarme a esa herida”.
“Me provoca angustia creerme las cosas buenas que me dicen, siento que si lo hago, después la gente me puede envidiar, y entonces sería confirmar el por qué mi hermano no me tolera, prefiero sabotearme y hacerme ver como un perdedor, así no tendría razones para odiarme”.
“Hoy veo que me quejo mucho de mi trabajo, incluso he pensado en renunciar, pero la realidad es que tengo que aceptar que me ha dado lo que siempre quise: tener la posibilidad de realizarme como arquitecto. Mi padre nunca pudo estudiar la carrera de arquitectura por falta de recursos económicos y eso me genera culpa. ¿Me estaré saboteando?”.


El espejo de la técnica grupal

Establecer un buen encuadre de trabajo en las primeras sesiones de grupo es fundamental para delinear las bases de un buen vínculo. El encuadre se traduce en el modo en que el grupo va a operar desde el primer encuentro. Esto incluye: horario y fechas de sesiones, número de participantes, establecer el tipo de relación que tendrán sus integrantes, confidencialidad, función del conductor y asistente, entre muchos otros aspectos. Sin embargo, de vez en cuando, algunas personas rechazan el encuadre de forma abierta o encubierta. Delimitar el vínculo implica establecer una relación predecible y confiable, lo que resulta disruptivo y ajeno para algunos de ellos, es un alimento con el cual no están familiarizados. Poco a poco los participantes comienzan a autorregular su postura porque empiezan a descubrir que el grupo los nutre de algo bueno. Lo que sucede en sus vínculos sucederá en el grupo, descubrirlo y aceptarlo le permite al participante comprender las motivaciones profundas de sus acciones, pero no solo eso, se da la oportunidad de ensayar una actitud diferente frente al buen alimento.


Todos podemos vernos reflejados en estos espejos…

Alma, con su experiencia, nos invita a reflexionar sobre la incapacidad que en ocasiones encontramos para recibir cosas buenas en nuestra vida. Cuando en etapas tempranas del desarrollo percibimos de forma inadecuada las siete fuentes del sentido de pertenencia: afecto, apoyo, comprensión, placer, inspiración, conocimiento y reconocimiento, que configuran en detalle la Huella de Abandono, aceptarlas en otro momento nos resulta disruptivo. Incluso, ante esta dificultad que experimentamos, las rechazamos. Tal vez el relato de esta sesión te permita descubrir cómo frente a la culpa de tener lo bueno, la paranoia de sentirte envidiado, o la incapacidad para asumir las pérdidas que el triunfo conlleva, entre muchas otras razones, nos autosaboteamos para evitar emociones que descubrimos muy poco tolerables.





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¿Consideras que el autosabotaje y el hedonismo pudieran estar relacionados? ¿Será el autosabotaje producto de las exigencias internas? ¿De qué manera consideras que el éxito pudiera derivar en ansiedad, paranoia o incluso depresión?


Referencias Bibliográficas

  1. Ruiz, A. (2017). Curso II, Huella de Abandono. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-ii-huella-de-abandono/

  2. Seuss, Dr. (2004). Did I ever tell you how lucky you are? Londres: Harper Collins.

  3. Freud, S. (1914- 1916). Los que fracasan cuando triunfan. Argentina: Amorrortu editores, 1984 XIV.

Texto: Natalia Ruiz / Ilustración: Diego Zayas

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