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La vergüenza: el origen de la desolación

Isabel esperaba el momento indicado para decirle al grupo lo que le había ocurrido la sesión pasada: “Tengo que confesar que en el último encuentro me fui de aquí sintiéndome muy arrepentida por lo que compartí con ustedes. No puedo creer que me atreví a decir lo que dije. Siempre me repito a mí misma que «calladita me veo más bonita». Sin duda esta vez, hablé de más”.


Algunos participantes suelen salir de la reunión repasando mentalmente todas y cada una de sus intervenciones durante el encuentro. Pero no solo eso, sino que intentan descifrar el impacto que sus comentarios pudieron haber causado en los demás. Les preocupa haber hecho el ridículo, el haberse equivocado, su imagen frente a los otros, el haber dejado mal herido al prójimo, incluso llegan a atormentarse tanto que algunos se cuestionan si deberían regresar o no a enfrentar “sus errores”.


Aunque claro, también hay quien suele defenderse pensando que los otros son unos ignorantes que no alcanzaron a comprender el sentido de sus palabras. Aunque en el fondo, todo ello, no es más que la sensación de haber dejado expuesta su vulnerabilidad.


El grupo funciona como una microsociedad, por lo tanto, lo que ocurre en el grupo es lo que nos ocurre a todos fuera de él. ¿Cuántas veces nos descubrimos torturándonos a nosotros mismos al juzgar con vehemencia nuestras acciones, pero más allá de ello, ahogándonos en un vaso de agua porque sentimos que hemos quedado expuestos ante la opinión pública?


Parece que no hay nada más confrontador que atrevernos a hablar en voz alta de nuestras inseguridades, y tal fue el caso de Isabel: “Salí de aquí diciéndome a mí misma que no entendía cuál había sido mi necesidad de compartirles lo que les dije cuando me lo pude haber ahorrado. Ni modo, ya lo hice. Lo dicho, dicho está. Para mí ha sido vergonzoso tener que enfrentar que me casé embarazada, y peor aún, a mis 17 años. Hoy mi hija no lo sabe, pero sé que llegará el momento en que comenzará a cuestionarme y sacar sus propias conclusiones. Vivir con eso me ha destruido por dentro, pero haberlo dicho en voz alta es haberle dado vida al martillo que desde hace años me golpea el pecho”.


 

Complementa la lectura con la reflexión final de la Dra. Ruiz de Otero, en audio o video.

 

Isabel llevaba años siendo víctima de sí misma. La vergüenza que le provocaban sus acciones del pasado usurpaban su presente, haciendo que imaginara un futuro aterrador. Ese día nos compartió muchas cosas, no obstante, la pregunta que el grupo se hacía era: ¿qué es lo que verdaderamente está perturbando a Isabel; habernos compartido su más temido secreto o el haber dejado expuesta su imperfección?


La vergüenza persecutoria, a diferencia de la vergüenza moral, es una de las emociones más experimentadas por los seres humanos. Publicaciones recientes nos hacen saber que este sentimiento es aún más común que la tristeza, el enojo o la alegría. Pero al ser una emoción oculta, con el tiempo va provocando un profundo dejo de desolación: la falta del sentido de pertenencia. En su creciente evolución, se desatan trastornos como la depresión, los ataques de pánico o las compulsiones. Incluso un exceso de vergüenza persecutoria puede acercarnos a la muerte a través del suicidio. En cambio, la vergüenza moral, es aquel sentimiento que nos aleja del cinismo y nos acerca al deseo de querer ser mejores personas.


Aquí me detengo porque creo que vale la pena aclarar la diferencia que existe entre la vergüenza persecutoria y la culpa. Esta última señala que algo en relación a mis acciones ha sido inadecuado, «lo hice mal»; mientras que la primera entraña sentir que yo soy inadecuado, «estoy mal». Por lo tanto, este sentimiento atenta directamente contra nuestro Yo, amenazándolo de forma profunda y destructiva. Además, la vergüenza persecutoria oscila en dos extremos diferentes: por un lado, cuando incide en nuestro Autoconcepto devaluado nos dirá cosas como: «no soy suficiente», pero por el otro lado, cuando se activan partes de nuestro Autoconcepto sobrevaluado, esta emoción se tornará paradójica para decirnos: «cuidado, de dónde sacas que eres grande». Esto sucede porque este sentimiento, ya sea en un extremo o en el otro, se alimenta de juicios, mismos que convergen en un solo punto: “yo soy insignificante”.


A lo largo de mi ejercicio profesional he visto participantes sufrir a consecuencia de la humillación que han sufrido en sus vidas, y todo porque sienten que la imagen que desean proyectar ha sido rechazada. Sin embargo, también los he visto pagarles a otros con la misma moneda, utilizando su energía en levantar el dedo y juzgar severamente a los demás. Sin darnos cuenta, participamos en juegos peligrosos que alimentan la cadena del sufrimiento humano, al convertirnos en las víctimas de algunos y en los persecutores de otros.

“La liberación es no sentirse ya nunca más avergonzado de uno mismo”. –F, Nietzsche.

Pero la realidad es que nuestra vulnerabilidad es directamente proporcional a nuestro sentido de grandeza. El ideal que hemos construido alrededor de nosotros llega a ser, a veces, más grande que nuestro verdadero Yo. Eso nos lleva a vivir demasiado pendientes de esa falsa imagen y totalmente desconectados de nosotros. Por lo tanto, solemos creer que las personas le dedican demasiado tiempo a rumear sobre nuestros errores o fracasos, colocándonos como el eje central alrededor del cual giran sus días, cuando, sinceramente, no llegamos a ser tan protagónicos en la mente de nadie.

“Ahora que conozco sus reacciones, y que además encuentro historias similares a las mías, me doy cuenta que la fantasía me ha torturado aún más que la misma realidad. El miedo al juicio de mi hija me ha robado la paz, pero hoy descubro que el peor juicio ha sido el que yo he tenido hacia mí misma”.

Entonces, ¿cómo vencer la sensación de vergüenza que nos ha carcomido sin que nadie lo sepa? La compasión es el sentimiento humano que nos lleva a comprender la vulnerabilidad del otro, pero, por supuesto, para que ello ocurra necesitamos empezar por nosotros mismos. El día que aceptemos que somos seres imperfectos y en constante proceso, nos dejaremos de maltratar tanto; y no solo eso, cuando consigamos ver la imperfección como un don, aprenderemos a percibirnos de forma distinta. Porque es a partir de la propia insatisfacción que surge el deseo por querer trabajar apasionadamente en la mejor versión de nosotros mismos.

“Solo cuando logramos incorporar la dimensión del error como parte fundamental de nuestro proceso de aprendizaje, alcanzamos la sabiduría”. –Alfonso Ruiz Soto.

La experiencia de Isabel, fue la invitación que los otros necesitaban para darle la cara a su vergüenza:

“Siempre he tenido la sensación de no pertenecer. Desde niña me sentía rechazada, incluso me preguntaba si este mundo sería para mí. En este grupo ha sido diferente y hoy descubro por qué. Aquí me he atrevido a hablar de mis inseguridades, me he dejado ver tal cual soy. Me he sentido terriblemente vulnerable, pero al final, absolutamente cobijada. Con certeza puedo decir que lo que me ha hecho sentir aceptada ha sido compartirles mi imperfección, ¡y esa experiencia no la cambiaría por nada! Me da un gran sentido de pertenencia”.
“Fue muy revelador darme cuenta como pierdo el límite de dónde acabo yo y dónde comienzan mis hijos. Veo cómo la vergüenza de que mi hijo se haya hundido en el alcohol y las drogas me torturaba todos los días. No podía evitar pensar en mi imagen frente a los demás: ¿cómo quedo yo como madre? Hoy veo que puedo responsabilizarme de mis acciones, pero no puedo hacerlo de sus decisiones. Él tenía opciones, incluso las sigue teniendo, pero si no las quiere ver, ¿qué puedo hacer? Necesito ser empática conmigo misma, dejarme de juzgar por algo que sale de mis posibilidades. Es un hombre de 24 años que no puedo seguir cargando”.
“Salí de la junta con ganas de encerrarme en mi casa y no salir de ahí nunca más. «¡Qué desaparezcan para siempre!», pensé… «¡Los odio!» Dije para mis adentros… Y todo porque no puedo creer que haya dicho lo que dije en frente del director general de la compañía. Pero es que ¿a quién se le ocurre hablar de un nuevo proyecto cuando estamos lidiando con el actual? Claro que me gané una invitación a callarme y a centrar mi energía en lo que estaba ocurriendo. Me doy cuenta de lo vulnerable que puedo ser, pero con esta sesión, también descubro que la vergüenza es la cuota natural que debemos estar dispuestos a pagar cuando buscamos intentar algo diferente. Suele ocurrir que antes de un acierto, vienen las equivocaciones, lo cual es parte de un proceso perfectamente natural que no tiene por qué avergonzarnos. Evitar la vergüenza sería tanto como quedarnos paralizados sin oportunidad de conocer nuestros propios alcances”.


El espejo de la técnica grupal

Lo que verdaderamente construye la cohesión dentro de un grupo es el momento en que sus miembros dejan expuesta su vulnerabilidad. Mientras eso no ocurre, el grupo se mantiene sesionando en el mismo espacio, pero viviendo una enorme desolación. Lo mismo ocurre en nuestra vida, cuando nos decidimos a compartir nuestras susceptibilidades con el otro es que se abre la posibilidad de construir la verdadera y genuina intimidad, porque solo así nos sentimos vinculados.


Todos podemos vernos reflejados en estos espejos…

Así como Isabel, descubramos que este sentimiento de vergüenza que tanto nos persigue dejará de hostigarnos el día que aceptemos que somos imperfectos. Porque el precio que pagamos en la vida por no saber perdonar nuestros errores es el de condenarnos a la desesperanza. ¿Te das cuenta cómo la desconexión que has tenido de tu ser te ha limitado de vincularte íntimamente con el otro? Reconocernos tal cual somos, con todas nuestras luces y todas nuestras sombras, es liberarnos a nosotros mismos de nosotros mismos.




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¿Consideras que el sentimiento de vergüenza ha limitado tus vínculos? ¿Cómo se relacionan la vergüenza y la incapacidad para encontrar sentido de pertenencia? ¿Es la intensidad de la vergüenza cuestión de género?


Referencias Bibliográficas

  1. Ruiz, A. (2017). Curso II, Huella de Abandono. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-ii-huella-de-abandono/

  2. Ruiz, A. (2017). Curso V. Vocaciones de Vida: Soltería, Pareja y Familia. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-v-vocaciones-de-vida/

  3. Brown, B. (2017). Braving the Wilderness. Random House: New York.

Texto: Natalia Ruiz / Ilustración: Diego Zayas

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