
“El apego es una confusión de identidades que se genera en la Huella de Abandono. ‘Creo que me perteneces y sufro cuando no estás’. Pero es una mera ficción del Imaginario. Nadie le pertenece a nadie más. Cuestiona tus miedos, trasciéndelos y descúbrete”. –Dr. Alfonso Ruiz Soto.
Desde que la vimos entrar al salón, supimos que Norma venía mal: “Llevo días sin dormir, en lo único que puedo pensar es en él. Vivo obsesionada con querer saber qué hace, con quién está y siento que si sigo así me voy a morir. Desde que decidió ponerle fin a lo nuestro me he sentido muy triste. No puedo hacerme a la idea de seguir mi vida sin él… ¡no puedo!”.
Norma tiene 35 años y conoció a Marcelo —de su misma edad— hace dos años en una boda. Su atracción fue tan fuerte que ella decidió dejarlo todo por él. Dejó su ciudad, a su familia, a su trabajo y a sus amigos. Dejó todo con tal de que estuvieran juntos. Ella creció en Tampico y él en la Ciudad de México. Desde el momento en que se vieron ya no se separaron. Los primeros meses de su relación se visitaron los fines de semana, hasta que concluyeron que lo mejor sería que ella se mudara a la ciudad; a partir de eso todo cambió.
Las pérdidas que Norma sufrió tras haber dejado su antigua vida, buscó reemplazarlas con lo que él podía ofrecerle. Eso hizo que su Yo se tornara dependiente y totalmente sometido a sus nuevas circunstancias.
Esas pérdidas, aunadas a las carencias que desde hace tiempo la aquejaban, fueron remplazadas por un estilo de “vida artificial”.
Así funcionan los apegos nocivos: para que yo pueda vincularme contigo necesito colocar energía en ti. Por lo tanto, es necesario que la misma energía que yo deposite en ti, sea la misma energía que quede en mí; es decir, el sistema queda equilibrado y cuando eso ocurre estamos hablando de un vínculo funcional que se construye a partir del desapego. Pero cuando para vincularme contigo yo coloco mucha más energía en ti que en mí, entonces mi Yo queda sometido, por lo tanto, si tú te vas, provocarás que una parte de mi Yo haga necrosis, porque me descubro tóxicamente apegada a ti; y fue precisamente eso lo que le ocurrió a Norma.
“Me siento confundida, como si una parte de mí se hubiera muerto con su partida. No encuentro las fuerzas para reponerme de su abandono, porque además sé que ya no volverá”.
Marcelo comenzó a sentirse muy presionado e incluso cansado porque se dio cuenta de que literalmente estaba compensando las carencias de Norma. Ella, ante su incapacidad de responsabilizarse de su Yo, utilizó a Marcelo como un tanque de oxígeno. Norma no soportaba que además de la vida que compartían juntos, él también buscara tener una propia. Su trabajo, sus amigos, sus ratos de ocio, pronto se convirtieron en sus peores enemigos, porque amenazaban la posibilidad de que ella pudiera seguir respirando del aire que él le proveía.
“Sé que lo asfixié, yo nunca quise escuchar lo que me decía: «dame espacio que estoy tratando de existir»; él hace tiempo que estaba harto de mi actitud dominante y posesiva. Hoy veo que actué por miedo, no podía arriesgarme a perderlo. ¡Qué paradójico! Porque fue precisamente eso lo que terminó pasando. Lo más duro es reconocer que además yo lo provoqué, no supe aceptar que él no era de mi propiedad”.
La pérdida de Marcelo hizo que una parte de su Yo quedara terriblemente debilitada; de ahí la sensación que ella experimentaba de haber quedado destrozada. Sin embargo, también había una parte de su Yo que había quedado intacta y a partir de la cual era posible propiciar la regeneración.
Norma descubrió la importancia de liberar a Marcelo, y a cualquier persona, de la responsabilidad de tener que hacerla feliz, porque eso depende solo de ella. Pero para que eso ocurriera necesitaba estar dispuesta a enfrentarse a su propio vacío, de otra manera, en su necesidad de negarlo, seguiría construyendo relaciones enfermizas con las cuales buscaba aliviar su desamparo.
“Pero el vacío ahí está y yo no creo que vaya a desaparecer”, dijo preocupada.
No se trata de que desaparezca, porque lo primero que necesita ocurrir es que lo podamos ver, tolerar, aceptar e incluso que nos detengamos a escuchar lo que nos está diciendo. Porque frente a nuestra incapacidad para observar nuestras carencias, aparece entonces la impulsividad.
“Hoy sé que mi obsesión por él era una forma de evitar ver lo que verdaderamente me lastimaba. Mi padre fue alcohólico y, aunque físicamente ahí estaba, yo viví su abandono emocional. Esto provocó que mi mamá tuviera que hacerse cargo de los gastos de la casa, de modo que la veíamos muy poco. Todo eso me llevó a crecer alimentada de abandono, así que sin darme cuenta eso es lo que busco y además lo que ofrezco. No puedo creer que dejé a los míos, prácticamente los olvidé. Pero por el otro lado, con mis inseguridades, también provoqué que Marcelo se fuera. Ahora veo porque buscaba a alguien grande y fuerte, porque yo me siento frágil y débil”.
“Nada ni nadie me pertenece. Y no le pertenezco a nada ni a nadie: Soy”. –Dr. Alfonso Ruiz Soto.
Que Norma lograra llenar su vacío de significado, permitió que el grupo se enfrentara a la nocividad de sus apegos al elaborar las siguientes epifanías:
“Veo que en mi necesidad de controlar a mis hijos hay miedo a dejarlos ejercer su libertad de acción y decisión. ¿Y si ya no quieren verme ni estar conmigo? Desde que fui madre dejé todo por estar con ellos, pero hoy descubro que también lo hice para llenar mi vacío, quería darles lo que a mí no me dieron. Darles era darme a mí misma lo que mis padres me negaron. Hoy veo que me enfrento al reto de no cobrarles mi infancia, de otra manera, lo único que provocaré es apartarlos de mi lado”.
“Desde que me hicieron la pregunta en este grupo de ¿por qué aguanto lo que aguanto en mi relación de pareja?, no he podido dejar de pensar en la respuesta. Pero con todo lo que dicen en esta sesión creo que la puedo contestar: mi incapacidad para ponerle límites a mi esposa y expresar lo que no me gusta, fue algo que aprendí en mi infancia. Aunque nos acercáramos, como mero “protocolo”, a pedirle algún permiso a mi papá, la que finalmente decidía era mi mamá. Incluso, muchas veces, a sus espaldas, nos levantó castigos que él nos impuso. Hoy veo cómo borré la imagen de mi padre y le di mucho valor a la figura de mi madre y es precisamente eso lo que hago en mi relación, literalmente ¡me borro! Ese “tragarme” las cosas, es el apego que tengo a mi mujer, porque me da miedo que me deje, pero de lo que no me había dado cuenta es que soy yo el que se está abandonando. Necesito enfrentar mis inseguridades si pretendo construir una relación desde el respeto mutuo y no desde la obediencia perfecta”.
“Hace años que mi hermano menor tiene una deuda conmigo. Le presté una fuerte cantidad de dinero y hoy es el día que no termina de pagarme. Esta situación ha hecho que nos distanciemos y que además yo viva muy enojado, me duele su cinismo, pero me duele más su traición. Me doy cuenta que he vivido fuertemente apegado a esto, me he convertido en su “esclavo emocional”, porque le he otorgado demasiado poder sobre mis emociones. Hoy descubro que lo que hizo mi hermano no es personal, es decir, no es contra mí, porque es algo que hace con todos. Le es imposible comprometerse y ser leal a su palabra. Verlo desde ese ángulo me libera y me permite percibir las cosas con desapego. Creo que ahora podré tomar una mejor decisión sobre cómo acercarme a él y tratar de recuperar mi dinero”.
El espejo de la técnica grupal
Una persona que creció con carencias emocionales va a tender a construir apegos tóxicos, si no es capaz de responsabilizarse de ello. Se genera una confusión de identidades donde no se perciben los límites entre uno y otro; ya que el otro se convierte en un paliativo para llenar un vacío emocional, por lo tanto, se construye un vínculo desde la dependencia y la inseguridad. El grupo, al tratarse de un lugar predecible, permite que se resignifique esa conducta, el participante crece en seguridad personal porque aprende que, en algún punto, los demás podrán no estar de acuerdo con su forma de actuar o de pensar, pero eso no significa que lo rechacen, por el contario, su visión siempre enriquecerá la experiencia colectiva.
Todos podemos vernos reflejados en estos espejos…
Puede ser que la experiencia de Norma te permita reflexionar sobre tus propias carencias y la necesidad que has tenido de compensarlas “poseyendo” a otras personas, circunstancias u objetos. Sin embargo, únicamente han funcionado como un sedante para tu Huella de Abandono, pero en realidad no han aliviado tu vacío. ¿Si tu vacío pudiera hablar, qué diría? Es importante que le des voz a tu dolor, porque para atender nuestras heridas primero necesitamos sentirlas, dejemos de ser indiferentes con nuestro propio sufrimiento.
Complementa la lectura con esta reflexión en audio o video.https://semiologia.net/wp-content/uploads/Blog-13-Apegos-nocivos-que-nos-vuleran..mp3
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¿Los apegos nocivos y la edad de una persona podrían estar relacionados? ¿Se puede estar apegado a rituales cotidianos? ¿Los apegos nocivos suelen generar duelos patológicos?
Referencias Bibliográficas
Ruiz, A. (2017). Curso II, Huella de Abandono. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-ii-huella-de-abandono/
Ruiz, A. (2017). Curso VIII, Semiología de la Muerte. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-viii-semiologia-de-la-muerte/
Ruiz, A. (1997). La mirada interior. Semiología Editores: México, pp.17.
Texto: Natalia Ruiz / Ilustración: Diego Zayas
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